Río
de cristal dormido
y
encantado; dulce valle,
dulces
riberas de álamos
blancos
y de verdes sauces.
-El
valle tiene un ensueño
y un
corazón; sueña y sabe
dar
con su sueño un son lánguido
de
flautas y de cantares-.
Río
encantado; las ramas
soñolientas
de los sauces,
en los
remansos caídos,
besan
los claros cristales.
Y el
cielo es plácido y blando,
un
cielo bajo y flotante,
que
con su bruma de plata
acaricia
ondas y árboles.
-Mi
corazón ha soñado
con la
ribera y el valle,
y ha
llegado hasta la orilla
serena,
para embarcarse;
pero,
al pasar por la senda,
loró
de amor, con un aire viejo,
que
estaba cantando
no
sé quién, por otro valle-.
Juan
Ramón Jiménez Arias tristes, 1903
Poema sugerido por Manuel Díaz, profesor del Dpto. de Lengua y Literatura
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